Durante las prácticas Mindfulness básicas, la relación con nuestros pensamientos es la de observarlos y dejarlos pasar como “nubes flotando en el cielo” u “hojas flotando en un arroyo”…
Esto nos permite establecernos en el tipo de observación atenta de la experiencia presente característica de Mindfulness, sin aferrarnos o identificarnos con el pensamiento.
Lo que nos proponemos aquí es indagar meditativamente esta dimensión del pensamiento.
Un camino es el de la tradición Advaita (No Dualidad), observar “la sustancia” del pensamiento: ¿Qué es un pensamiento? ¿Qué sustancia tiene? ¿Dónde empieza, dónde termina? ¿A dónde va cuando pasa?..
El otro camino que proponemos proviene de las terapias del trauma de la Psicología contemporánea.
Si observamos a nuestro pensamiento atentamente y sin identificarnos, probablemente encontremos en él varias “voces”. Les llamaremos coloquialmente: “los comentaristas”.
Generalmente esas voces comentan sobre el momento presente o sobre el pasado o el futuro. A veces es una voz que parezco ser yo: “No me vaya a olvidar de…” “Y después de acá voy a ir a…” Otras veces, es una voz hablándome a mí: “No te vayas a olvidar de…” “Calmate…” Otras veces, estas partes hablan entre ellas o hacen comentarios en paralelo o desde el fondo…
Podríamos decir que así es como funciona nuestra mente, el “Ego” está conformado por estas diferentes “partes” o “estados del yo” (como se les llama en las terapias del trauma). La mayor parte del tiempo ni siquiera nos percatamos de su existencia, operan más o menos en paralelo, por detrás de lo que nos parece ser un único flujo de pensamiento.
Aquí decimos “voces”, pero son como pequeños “yoes” que nos conforman. Bien pueden experimentarse como imágenes o sensaciones/tensiones/reacciones que aparecen en el cuerpo. A veces, ante determinada situación una parte nuestra dice una cosa (“¡Sí, vamos, hagamos esto!..”) y al mismo tiempo otra parte está “diciendo” otra cosa (apriete en el pecho, retracción..). Muchas veces ni siquiera “hablan”, más bien es “el lugar desde donde estamos mirando al mundo” en un momento dado.
Algunas de estas partes del yo tienen nuestra edad actual, otras son niños, otras suenan muy parecido a familiares o figuras de autoridad con las que nos hemos relacionado en la vida…
Aunque haya habitualmente algún conflicto entre ellas – Por ej.: cuando una nos dice “Dale, ¡comete otro pedacito de chocolate!” y la otra “No, pará ¿no era que estabas a dieta?…” – habitualmente estas partes del yo funcionan más o menos coherentemente.
Cuanto mayor sea nuestro historial de trauma o más temprano éstos hayan ocurrido, más discordancia hay entre estas partes. A veces, una parte opera separada del resto, tomando el control por momentos y llevándonos a conductas compulsivas que no tienen sentido para el resto. O cambia rápidamente la forma en que vemos y sentimos una situación, al “saltar” de una parte a otra sin darnos cuenta…
Algunas de estas partes son recursos, otras son partes débiles. Por ejemplo: puede haber un “Yo profesional” desde donde somos seguros y firmes, muy distinto a un “Yo en pareja” inseguro y dependiente…
A veces, alguna de estas partes internas se detestan, por ejemplo: una parte crítica detesta a una parte débil y dependiente. A veces incluso se hostigan: “¡Pero cómo podés ser tan pelotudo, no ves que…!”
El trabajo con estas partes internas es material habitual de las psicoterapias contemporáneas. La intención de las terapias que adoptan este enfoque no es hacerlas desaparecer, sino permitir un funcionamiento más cooperativo e integrado entre ellas. Aunque suene raro, todas tienen una intención positiva.
Entrenarnos para tener acceso a estas partes fuertes, para poder recurrir a ellas en momentos en los que tengamos que afrontar situaciones adversas y desafíos, nos ayuda a vivir mejor. Puede mejorar nuestra habilidad para auto-calmarnos y generar una sensación de mayor integridad.