Mindfulness nos ayuda a regular el estrés aprendiendo a “estar presentes en nuestro cuerpo”, a “habitarlo con seguridad”. Lo hace replicando la manera en que aprendimos a hacerlo en nuestros primeros años: a través de ciertas actitudes y comportamientos de nuestros primeros cuidadores que luego “internalizamos”, es decir, aprendimos a hacer con nosotros mismos.
Un bebé recién nacido o de pocas semanas, ni siquiera sabe dónde empieza y dónde termina su cuerpo… Ese “espacio” que es/habita por momentos resulta un paraíso de placidez y por momentos un espacio caótico, inundado de sensaciones de hambre, dolor, incomodidad…
Es a través del contacto y de los ritmos de interacción con su madre o cuidador que el bebé aprende a habitar el cuerpo con seguridad, esto es, a regular el estrés. Necesita conectar y “sentirse sentido” para poder sentir-se a sí mismo, reconocer sus límites, organizarse, calmarse.
En el mejor de lo casos, la madre o el cuidador:
- Sintoniza con el bebé (para hacerlo tiene que estar mentalmente presente, disponible).
- Acompasa, sigue los tiempos del bebé. Entra en un ritmo de comunicación a través de la interacción no verbal, toques, movimiento, sonidos y también cantos, palabras (aunque el bebé no las entienda aún…), rutinas… Va aprendiendo a darse cuenta de lo que el bebé necesita y…
- Responde congruentemente, es decir, atiende la necesidad del bebé de ese momento (sea alimentarlo, cambiarlo, brindarle contacto físico, jugar, etc.). En su accionar con el bebé, le va enseñando también a tolerar las sensaciones molestas por un tiempo antes de que la respuesta venga (a esperar a estar prontos para comer, a no alzarlo enseguida que llora cuando está aprendiendo a dormir solo, etc.).
- Repara las inevitables rupturas en esta sintonía. Momentos en los que demora demasiado en responder o responde inadecuadamente y el bebé se inunda de estrés. O sea, le da tiempo y espacio para que el bebé se calme y se restablezca la sintonía entre ellos …
Del lado del bebé, esa “danza” de sintonía con otro y el acostumbrarse a anticipar la satisfacción, le va permitiendo sentir una “base segura interna”. Su cuerpo ya no es un espacio caótico sin forma, sino que empiezan a aparecer ritmos en los que las sensaciones molestas aparecen y después desaparecen y siguen sensaciones de saciedad, de calma… Descubre también que puede hacer cosas para que esto ocurra: llorar, sonreír, gritar, canturrear (más adelante, moverse)…
Estas primeras interacciones entre el bebé y su cuidador (y las que siguen en los tres primeros años), sientan las bases de cómo ese futuro adulto va a: habitar su cuerpo; cómo va a relacionarse con sus propias necesidades (particularmente con las necesidades afectivas) y cómo va a auto-calmarse, a regular el estrés. En Psicología esto se conoce como estilos o patrones de apego*.
Como adultos, para regular el estrés y auto-calmarnos tenemos que sintonizar con nuestro cuerpo, sentirlo. Darnos un tiempo para acompañar las sensaciones, acompasarlas, para reconocer lo que necesitamos y poder responder congruentemente, es decir, actuar en pos de lo que nos reconforta. Así como la madre o cuidador “repara” las rupturas en la sintonía con su bebé, también nosotros reparamos las rupturas en la sintonía con nuestro cuerpo, al darnos un tiempo y un espacio para sentirlo, para prestarle atención, después de desatenderlo tal vez durante horas o sobre-exigirlo.
Dependiendo de nuestra historia personal, tal vez nunca aprendimos a hacer esto de forma eficiente. Si tenemos estilos de apego inseguro: nos cuesta auto-calmarnos, nos es difícil reconocer lo que necesitamos, nos apegarnos a lo que nos hace mal, caemos en conductas compulsivas y evitativas, no recurrimos a lo que nos reconforta y calma…
La buena noticia es que más allá de cómo haya sido nuestra historia personal, más allá de cómo sea nuestro estilo de apego, la investigación en Mindfulness demuestra que la práctica nos permite replicar las condiciones de un apego seguro. Podemos re-aprender a sintonizar con nuestras necesidades y a responder congruentemente. ¡Es una gran noticia!
En la propia mecánica de la práctica entrenamos esta habilidad:
- sintonizamos con nuestro cuerpo, le prestamos atención, lo sentimos…
- acompasamos con sus ritmos, por ej. seguimos la respiración, acompañamos “el movimiento” de las sensaciones que aparecen y desaparecen, nos damos el tiempo de escucharlo
- y eso genera un estado de sintonía interna, desde el que podemos darnos cuenta de cómo estamos y responder congruentemente…
- El propio espacio de práctica es un momento en el que reparamos la relación con el cuerpo, un tiempo para volver a sintonizar con él …
Esa sintonía interna de la práctica Mindfulness es similar a la “sintonía” en la relación de apego seguro entre el bebé y su cuidador. Aprendemos a “hacernos buena compañía” a nosotros mismos. Esto es parte de la profundidad de la práctica. Nos permite desarrollar habilidades que tenemos poco desarrolladas o incluso aprender a hacer lo que nunca tuvimos oportunidad de aprender: darnos el tiempo para sintonizar profundamente con nosotros, reconocer nuestras necesidades y actuar en pos de su satisfacción.
No siempre lo hacemos. Pensemos por ejemplo cuando llegamos a casa agotados luego de un día de trabajo, encendemos la TV y quedamos “colgados”. O cuando estamos cansados y frustrados y nos vienen ganas de comer algo dulce, de una satisfacción rápida… ¿Es eso lo que realmente necesitamos? ¿Estamos pudiendo sintonizar con nuestro cuerpo y responder a nuestras verdaderas necesidades? La respuesta es no. Estamos actuando en automático, más bien evitando sentir el malestar, anestesiándolo de alguna forma…
Aquí opera el llamado sistema de recompensa de nuestro cerebro. Este sistema tiende a automatizar las conductas que llevan rápidamente a sentir placer. Se cree que tiene la función de impulsarnos a conductas que aseguren la supervivencia de la especie, tales como: comer o tener sexo. Sin embargo, cuando no sabemos sintonizar bien con nosotros mismos, lo empezamos a usar para lidiar con el estrés y tendemos a buscar sensaciones de placer inmediato, más que a darnos el tiempo de sentir el cuerpo y ver qué es lo que realmente estamos necesitando en un momento dado. La desregulación profunda de este sistema está en la base de las adicciones. También, incide en la procrastinación, cuando posponemos la realización de tareas, distrayéndonos en actividades que nos generan una satisfacción inmediata.
Generalmente, cuanto más estresados estamos, menos ganas tenemos de meditar y más caemos en el sistema de recompensa buscando una sensación placentera rápida. Muchas veces, así como el bebé queda sobre-estimulado y aunque esté cayéndose de sueño quiere seguir jugando, los adultos buscamos distintos tipos de estimulación, cuando lo que necesitamos es descansar. En ese momento, no estamos en conexión con la inteligencia natural de nuestro organismo.
Darnos la oportunidad y el tiempo para sintonizar con el organismo y tolerar las sensaciones molestas por un tiempo, sabiendo que eso nos ayudará después a obtener una satisfacción más profunda, es una de las claves para vivir con plenitud. Para aprender a hacer esto la regularidad y oportunidad son importantes.
Aquello que podemos transformar en regular, hacerlo parte de nuestra rutina, es mucho más fácil de aprender. Cuanto más podamos incluir la práctica en la vida cotidiana, mejores resultados obtendremos. También es importante cuál es el momento más oportuno para encargarnos del estrés. No es lo mismo llegar cansados al final del día y querer ponernos a meditar, que durante la jornada hacer pequeñas pausas para notar cómo estamos e irnos regulando.
El entrenamiento y la práctica regular de Mindfulness tiene la posibilidad de tocar nuestra profundidad y transformar la manera en que nos relacionamos con nuestras necesidades.