Esta bella ilustración de Molly Gur que adorna una pared de mi consultorio, muestra un aspecto central del proceso terapéutico desde este enfoque.
En Somatic Experiencing (terapia del estrés pos-traumático desarrollada por Peter Levine) hablamos metafóricamente de nuestro “dragón” como aquella energía de supervivencia o activación nerviosa que, podríamos decir, «acumulamos» en nuestro organismo a lo largo de la vida.
Podemos notar a este “dragón” en varios momentos, por ejemplo: cuando sobre-reaccionamos a una situación con una respuesta emocional desproporcionada, con más energía de lo que la situación requería; cuando tenemos momentos de vacío, ratos en los que no tenemos nada para hacer y nos sorprendemos rápidamente tratando de entretenernos, de «safar» de sensaciones incómodas que empiezan a aparecer; cuando nos sentamos quietos a meditar y bastan unos segundos para que surja inquietud, nerviosismo, dispersión de la mente…
Aun cuando no nos esté pasando nada particularmente problemático, hay una energía extra que empieza a moverse en el cuerpo y la mente, que a veces nos complica generándonos síntomas y otras veces simplemente es algo basal, que no percibimos como un problema. Es como si no hubiéramos podido desactivarnos del todo luego de algunas situaciones y quedara en nosotros aún cierta «energía residual». Estar tranquilos, en paz y enfocados, no suele ser algo tan fácil…
Podríamos decir que este “estrés acumulado” es energía emocional desregulada en el cuerpo. Las emociones en su aspecto más básico, fisiológico, son impulsos al movimiento corporal (e-motion) que nos preparan para reaccionar con determinadas conductas, según una percepción inicial rápida de la situación: el cuerpo se activa para responder, se tensa, se inquieta, se sonroja, se enciende, se repliega… según la emoción que sea: rabia, miedo, tristeza, deseo, etc. Luego de responder, la activación se descarga y el cuerpo se des activa (salvo que la emoción se siga disparando por los estímulos a nuestro alrededor o por nuestros pensamientos).
Ese proceso de activarse y desactivarse emocionalmente (que involucra mecanismos cerebrales de procesamiento de la información y la memoria) no siempre es tan fluido y muchas veces tenemos la experiencia de quedar con cierta energía residual en el cuerpo, pasada la situación que la disparó. Quedamos con emociones que no terminamos de procesar, cargamos aún en el cuerpo con la energía para responder a situaciones que ya pasaron y esa activación suele predisponernos en las situaciones nuevas. A veces nos damos cuenta de esto, otras veces no, pero ello igual está ahí, como una energía extra que activa el cuerpo. Por ejemplo: llegamos a casa a la noche y seguimos con los hombros tensos luego de responder a las exigencias de un día de trabajo; nos quedamos con inquietud en las tripas o con el pecho oprimido luego de una discusión que tuvimos ayer con un amigo; tenemos una tendencia a ponernos muy nerviosos y desconfiados ante determinadas situaciones que no parecen peligrosas porque en nuestra infancia vivimos experiencias traumáticas en situaciones similares, etc.
Todos cargamos algo de estrés acumulado en mayor o menor medida, de nuestra vida cotidiana y de nuestra historia. En determinadas condiciones, si la carga de estrés es alta, puede terminar afectando el funcionamiento de nuestro cuerpo y contribuir al desarrollo de algunas enfermedades.
La figura mítica del dragón es una metáfora para referirnos a esta energía residual en el cuerpo. Todos tenemos que lidiar con “nuestro dragón”. Y, si queremos vivir mejor, necesitamos incluso aprender a «relacionarnos bien con él”, y hasta a “amigarnos con él” (como muestra la ilustración). Solo así podremos tomar esa energía desordenada y re-encauzarla para impulsar nuestros proyectos.
Dicho de otra forma, cuando aprendemos a regular mejor nuestras emociones, éstas nos informan, nos ayudan a orientarnos, y no son una interferencia en nuestra vida: el miedo no nos paraliza, la ansiedad no nos domina, la ira no nos toma por completo, el deseo no nos controla, la tristeza no nos hunde en depresión… Cuando la energía emocional en nuestro cuerpo funciona en una intensidad adecuada, las emociones son el motor de nuestra vida, le dan impulso, color, sabor, pero no son un freno que nos complica. Podemos activarnos y des activarnos con relativa fluidez, sin quedarnos con energía residual en el sistema.
Pero… ¿cómo regulamos nuestras emociones? Un aspecto importante para hacerlo es la capacidad de “estar presentes” con ellas (mindfulness), es decir, de sentir lo que estamos sintiendo. Suena simple y de hecho, lo es, pero no es tan fácil como parece… Muchas más veces de las que nos damos cuenta, estamos tratando de sentir algo diferente a lo que sentimos y evitando sensaciones que nos resultan incómodas.
Aunque «estar presentes» en nuestro cuerpo sintiendo lo que estamos sintiendo parezca algo fácil, como muestran las historias de la mitología, estar frente a un dragón no suele ser cosa sencilla… Sin darnos cuenta, solemos andar evitando sentir sensaciones incómodas y esa evitación generalmente nos mete en más problemas. Hacemos muchas cosas para evitar sentir incomodidad, que terminan por complicarnos más. Por ejemplo:
- Para evitar sentir vergüenza puedo aislarme de las situaciones sociales y terminar sintiéndome solo y rechazado…
- Para evitar sentir enojo, puedo complacer en exceso a los demás, no poner límites saludables y terminar sintiéndome frustrado y deprimido…
- Para evitar sentirme triste puedo llenarme de actividades y preocupaciones y terminar sintiéndome ansioso y abrumado…
- Para evitar sentir miedo puedo intentar controlar todo y terminar estresado y tenso…
- Para evitar sentir incertidumbre puedo embarcarme en la duda obsesiva y la búsqueda de certezas a través de rituales y mecanismos compulsivos…
- Para evitar sentir la sensación de vacío y falta de sentido, puedo embarcarme en conductas adictivas que me exalten, me nublen y me distraigan de esa sensación…
- Etc…
Podríamos decir que en la mayoría de los problemas más comunes de salud mental (ansiedad, depresión, pánico, adicciones, problemas en las relaciones, etc.), se halla esta tendencia a evitar sentir algo mediante mecanismos que nos terminan complicando más. Por ello, vale la pena aprender a sentir lo que sentimos, vale la pena aprender a estar presentes con las sensaciones de nuestro cuerpo, aprender a lidiar con nuestro «dragón». En general, aquellas sensaciones incómodas que evitamos, resultan ser la puerta de salida de estos bucles en los que nos hemos metido sin percatarnos. Como decía Jung: “Lo que resistes, persiste. Lo que aceptas te transforma”. Una parte central de la psicoterapia es ayudarnos a desarmar estos bucles.
Aproximarnos a sentir la incomodidad en vez de evitarla, suele ser algo desafiante, requiere de una guía apropiada y ciertamente de coraje. Como en las leyendas clásicas, en su viaje mítico el héroe tarde o temprano debe enfrentar al dragón. Y de esa batalla saldrá fortalecido y transformado. Pero, para ello cuenta con la ayuda de otros, que le proveen armas, estrategia, orientación, apoyo, consuelo… El proceso terapéutico se parece bastante al viaje del héroe mitológico.
El camino de sanación que ofrecen las terapias actuales que integran la sabiduría milenaria de la meditación con los conocimientos de la Neurociencia sobre el funcionamiento del cerebro, la memoria y las emociones, propone una manera especial de hacer esto. Sabemos hoy que la catarsis que inunda a la persona de sensaciones abrumadoras no es efectiva para aumentar la regulación emocional y reconsolidar las memorias a nivel cerebral, como tampoco lo es una terapia puramente reflexiva que no acceda a la experiencia emocional y somática. Una batalla prematura con el dragón no es saludable, así como tampoco quedarnos hablando sobre él, sin tocarlo directamente. Las terapias actuales alientan un acercamiento a “nuestro dragón” de manera dosificada, segura, que nos brinde poco a poco experiencias sentidas de triunfo y de empoderamiento.
Cuando permanezco sintiendo las sensaciones de mi cuerpo sin escaparme, me conozco más a mí mismo, me doy cuenta de lo que me pasa. Cuando miro con profundidad mis emociones, ese «dragón» temible me muestra detrás a mi niño interior herido, y si sigo mirando puedo descubrir mis necesidades básicas, mis dilemas existenciales, mis valores… Y esa mayor conciencia me permite actuar para satisfacer estas necesidades adecuadamente, para encontrar la manera de vivir una vida con sentido.
En toda terapia tendremos que sentir eso que estamos evitando sentir si queremos avanzar, pero lo haremos de una manera especial, cultivando ciertas actitudes y fortaleciendo nuestra tolerancia.
- Aprendo a regular mis emociones cuando puedo acompañarme a mí mismo con la misma actitud con la que necesito ser acompañado por otros, cuando puedo reconfortarme, alentarme, consolarme y brindarme apoyo, sin evitar la incomodidad, pero sin generarme más sufrimiento adicional con una actitud autocrítica. Es decir, cuando puedo cultivar una actitud compasiva hacia mí mismo, cuando puedo encontrar allí en el medio de mi sufrimiento, en mi «batalla con el dragón», eso que me une a la humanidad a la que pertenezco, y dejar de sentirme raro, defectuoso o insuficiente.
- Aprendo a regular mis emociones cuando aprendo a permanecer en contacto con mi cuerpo, con mi experiencia sentida aquí y ahora, sintiendo lo que es incómodo, sin perder de vista lo que es neutro o cómodo, o sea, teniendo una atención abierta, plena, sobre mi experiencia, que me permite después ponerle palabras, tomar perspectiva y lograr mayor entendimiento.
- Aprendo a regular mis emociones cuando integro actividades en mi vida cotidiana que me permiten encauzar esta energía emocional. Como el personaje de Hiccup en la saga de Pixar «Cómo entrenar a tu dragón», tenemos que aprender también a usar esta energía residual del dragón, y para ello, son muy importantes las actividades que hagamos con el cuerpo. Las psicoterapias actuales centradas en mejorar la regulación emocional, abordan también aspectos de nuestro estilo de vida. El ejercicio físico, las actividades creativas, el respeto por los ciclos de actividad y descanso, la conexión emocional con personas significativas (el aspecto más importante para regular nuestras emociones, pero también donde más complica el estrés acumulado).
De este modo, poco a poco, ese “dragón”, esa sensación incómoda que sólo quería sacarme de encima a toda costa, esa energía molesta en el cuerpo, termina volviéndose un aliado, un símbolo de mi propia fortaleza y resiliencia.
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