Artículo: La vida es «práctica»

Aquello que hago regularmente es lo que “practico”. Si regularmente me quejo, si regularmente fumo o consumo alguna otra sustancia, si regularmente me siento a ver TV, si regularmente dedico horas a trabajar… esa es mi “práctica”. Y esa práctica tiene efectos en mi funcionamiento físico y mental.

Aquello que repetimos con regularidad, aquello que toma tiempo de nuestro día o semana, en definitiva “lo que hacemos”, conforma nuestra vida. Incide en cómo nos sentimos, en cómo pensamos, en cómo miramos al mundo, en cómo  transitamos por la vida…

Los seres humanos venimos “cableados” para practicar. Prácticamente todas las habilidades que manejamos de adultos las hemos aprendido en un proceso que implicó repetición, ensayo, error y más repetición… Desde caminar o hablar a conducir un auto o resolver complejas ecuaciones matemáticas. De modo que seguimos aprendiendo de aquello que repetimos regularmente. Así funcionamos. No importa si somos conscientes o no, estamos siempre en un proceso de aprendizaje y retroalimentación.

Entonces, antes de continuar leyendo, tal vez quieras preguntarte:

¿Cuál es mi “práctica”? ¿Qué es lo que “practico”?…

Cuando miramos de cerca la vida de las personas que viven bien, que viven plenamente, descubrimos que hacen muchas cosas para vivir así. Al menos en el mundo occidental y no tratándose de maestros iluminados, esto suele ser así.

Si nos proponemos “estar bien” es bueno contemplar qué es lo que hacemos, contemplar cuáles son nuestras “prácticas”. Como decía cierto cartelito de esos que pululan por las redes sociales: “Estar bien no es gratis”. Tiene mucho que ver con lo que “practicamos” regularmente.

 

¿Qué me sostiene?

Dentro de estas actividades que pueblan nuestros días y semanas, hay actividades que “nos sostienen”, que nos ayudan a sobrellevar la vida, que nos permiten mantener un estado mental y físico regulado desde el cual nos sentimos con mejor disposición y motivación para llevar adelante otros procesos de mediano o largo plazo.

Pueden ser actividades tales como: ejercicio físico, meditación, hobbies o tareas artísticas, reunirnos con personas que nos hacen bien, charlar con un vecino, jugar con los niños, caminar, compartir con una mascota, estar en la naturaleza, rezar, etc. Hay algunas, como la actividad física o la meditación que podríamos pensar que son “universales”, con certeza cambian nuestro estado fisiológico y mental,  pero otras dependen más de cada persona y de lo que resulte significativo para ella.

Más allá de los objetivos propios de la actividad (si los tiene), estas actividades especiales tienen una función: ayudarnos a sostener la vida, regularnos física y emocionalmente. Si queremos “estar bien”, tenemos que darnos nuestra “dosis” de estas actividades en nuestra semana o en nuestro día.

Aprender a reconocer lo que me sostiene y a incorporarlo en mi cotidianidad forma parte del “arte del buen vivir”. Las cosas no se logran porque sí. Los cambios no ocurren porque sí. Si quiero lograr algún cambio en mí (terapéutico, laboral, creativo, etc.), una buena cosa sería preguntarme:

¿Qué actividades regulares, qué práctica”, podría ayudarme a alcanzar ese objetivo?

Esa práctica es tan importante como el objetivo en sí.

Algunas preguntas que me ayudan a reconocer estas “actividades que me sostienen” son:

  • ¿Qué me ayuda a sentirme físicamente disponible, motivado?
  • ¿De dónde salgo sintiéndome bien?
  • ¿Qué hace salir “lo mejor de mí”?
  • ¿Qué actividades/personas me devuelven una imagen positiva de mí mismo?
  • ¿Qué actividades me regulan físicamente?

Organizar nuestra cotidianidad para tener este tipo de actividades y aprovechar el estado que nos generan para motivarnos, planificar, ejecutar o encarar tareas y desafíos forma también parte de este “arte”.

Solemos desregularnos emocional y físicamente cuando perdemos esas actividades que nos sostienen. Por ejemplo, si nuestro trabajo es una de las principales fuentes de regulación, no es raro sentirnos mal en vacaciones o entrar en crisis al jubilarnos.

 

Las ventajas de una práctica regular

Realizar una práctica regular – sea física, artística, meditativa, etc. tiene de por sí profundos beneficios para nosotros.

  • Sentido de progresión y de que es posible mejorar. Practicar algo regularmente nos permite darnos cuenta del progreso y eso nos ayuda a recordar que “siempre podemos progresar”, que “siempre podemos aprender o avanzar”. Eso es algo que solemos perder a cierta altura de la vida, cuando todo parece “más de lo mismo”. Si en mi práctica de un arte marcial puedo lograr dominar una técnica que antes no me salía; si puedo mejorar mi tiempo o mi distancia corriendo; si logro tocar ese acorde que antes no alcanzaba en mi instrumento; eso innegablemente me brinda esa experiencia. Tener la sensación de que “es posible aprender”, de que “es posible progresar”, de que “las cosas pueden estar mejor” es algo bien importante a la hora de encarar cualquier cosa en la vida, a la hora de animarnos a afrontar desafíos.
  • Confianza en mí mismo. Ese sentido de progresión y de avance genera auto-confianza. “Si antes no pensaba que podría llegar hasta aquí y llegué… ¿Por qué no habría de llegar hasta allá aunque ahora me parezca imposible?…” Si no tengo una experiencia en la que pueda constatar que soy capaz de avanzar, de aprender, de mejorar… ¿cómo voy a creer que eso es posible?.. Y si la tengo ¿cómo creer que no?..
  • Conciencia del tiempo y de los procesos. Tener una práctica regular también nos ayuda a tener la experiencia de que las cosas llevan tiempo, a tener conciencia de los procesos, de ir alcanzando logros pequeños, de ir sosteniendo actividades en pos de un logro mediato… En un mundo donde todo parece estar a la distancia de un clic, ser conscientes de los tiempos y los procesos es bien importante para no perder la motivación a la hora de encarar cualquier cosa. Nos permite cultivar la paciencia y la constancia.
  • Tolerancia al malestar. El dolor o el malestar están sub valuados en esta sociedad de consumo en la que vivimos. Aprender a tolerar el malestar es de las mejores cosas que podemos aprender. Cualquier persona que realice actividad física lo sabe: “No pain, no gain”. No hay progresión sin un poquito de dolor. Y, si tres veces por semana estoy en una actividad en la que aprendo a tolerar cierto grado de malestar físico (como en una disciplina física) o me siento a meditar 30 minutos y permanezco atravesando las sensaciones molestas que aparecen, puedo aprender a tolerar malestar en otros ámbitos de mi vida. Las cosas ya no “me desarman” con tanta facilidad. Tengo más “aguante”, tolero más. Puedo sostener más procesos y tareas sin colapsar, desmotivarme o verme abrumado.
  • Cultivar la felicidad meditativa. El tipo de felicidad o bienestar que se genera en la meditación no es diversión. Esto también se sabe desde hace milenios. Hacer las cosas meditativamente cambia la forma de hacer las cosas, pero eso no quiere decir que resulten divertidas o entretenidas en el sentido del Ego. Tiene más que ver con ser conscientes del momento presente, de la actividad en la que estoy, más que del objetivo que quiero alcanzar más adelante. Esto se conoce como “estados de flujo” o “modo Ser”. Se practica en Oriente desde hace milenios en las artes marciales, en el Bonsai, en las ceremonias del té y rituales similares, en el alpinismo, etc. Una práctica regular nos da la oportunidad de cultivar en este tipo de estados. “Meditación en acción”.

Vivimos en una cultura consumista que tiene algunas ideas profundamente erradas respecto al bienestar. Parece que todo tiene que ser divertido, entretenido, motivante. Y la verdad es que desde las épocas del Buda y de los viejos maestros Zen se sabe que no es así. Nadie medianamente exitoso en su vida ha hecho todo siempre divirtiéndose, disfrutando paso a paso. Sencillamente no es cierto. Es una vil mentira que quiere vendernos la sociedad de consumo en la que vivimos.

Incluso pareciera que se nos ha colado hasta en la Pedagogía y en las expectativas de los padres y los alumnos. Le pedimos a los docentes que hagan entretenidas las clases para que nuestros hijos no se aburran… Si nuestros hijos no aprenden a aburrirse y a tolerar cierto malestar, no van a poder sostener nada de lo que verdaderamente vale la pena en sus vidas. Eso no implica que no haya que aggiornar los métodos de enseñanza, pero la cuota de malestar es inevitable y, más aún, necesaria.

 

El estado del momento

En el mundo occidental estamos tan habituados a funcionar creyendo que la mente está separada del cuerpo, que pocas veces somos conscientes de su mutua influencia. Incluso aunque en las últimas décadas podamos reconocer que los estados emocionales y los pensamientos afectan a nuestro cuerpo, rara vez somos igual de conscientes de cómo el estado del cuerpo afecta a nuestros pensamientos y emociones.

Podríamos decir que así como las glándulas salivales secretan saliva, la mente secreta pensamientos. Y esos pensamientos y emociones no salen de la nada. Surgen del estado fisiológico general del organismo en ese momento. Si cambia el estado fisiológico, cambian nuestros pensamientos y emociones.

De hecho, aprender a cambiar el estado fisiológico para incidir en el estado emocional y mental es una de las claves de las psicoterapias contemporáneas basadas en la neurociencia y en Mindfulness.

El estado fisiológico del momento es algo que varía a lo largo del día. Depende de infinidad de factores, tales como: las horas de descanso, lo que he comido y estoy digiriendo, el estrés acumulado, etc.

Las “actividades que nos sostienen” nos ayudan a incidir favorablemente sobre ese estado y a generarnos una sensación de mayor disponibilidad y motivación. Pero, muchas veces tendré que obligarme a hacer alguna de estas actividades, o,  hacerlas sin siquiera cuestionarme si tengo ganas o no en ese momento. Como dice el slogan de cierta marca de calzado deportivo: “Just Do It” (Solo hazlo). Después te sentirás mejor, aunque en el momento de dirigirte hacia esa actividad no lo sientas.

En mis años de práctica de karate jamás me arrepentí de haber ido a practicar. Y, pese a ser una actividad que disfruto, muchas veces en el momento no tuve ganas de ir – porque no había dormido bien y estaba cansado, porque había trabajado mucho y me sentía agotado, porque hacía calor, porque hacía frío, porque… etc. Nunca me arrepentí de haber ignorado a esa vocecita en mi cabeza. Con el tiempo aprendí a ni siquiera escucharla. Aunque todavía aparece de vez en cuando…

Desde mi “estado fisiológico del momento” no puedo definir qué es lo mejor para mí. Así de simple. No siempre estoy claro, no siempre estoy lúcido, no siempre veo las cosas con claridad. Mi mente no es independiente del resto del organismo. No siempre es un buen momento si quiera para pensar en un asunto. Mi estado fisiológico del momento tiñe mi manera de ver el mundo y, justamente, realizando una “actividad que me sostiene” busco cambiarlo para bien. Realizar esa actividad, pese a ir en contra del estado del momento, es algo muy sabio.

A veces, cuando mi estado fisiológico está cambiando puede haber un poquito de malestar momentáneo. Sea que esté en una clase de gimnasia o sentado meditando. Podríamos decir que todo tiene “primer ahogo” como en el correr. Poder permanecer en la actividad y atravesar ese “primer ahogo” sin abandonar la actividad, hace la diferencia.

Probablemente todo tenga “muro” también, como en el correr. Y, así como la experiencia previa de los maratonistas les ayuda a atravesarlo sin abandonar la maratón, así nuestra experiencia previa en la actividad que sea, nos ayudará a atravesar nuestros “muros”.

De modo que “estar bien” tiene que ver con lo que “practicamos”; con saber regular nuestro estado fisiológico (ese estado del cual surge “la sensación de este momento” que encontramos al meditar); con saber reconocer y utilizar las “actividades que nos sostienen” para modificar favorablemente este estado y  con saber discriminar entre “el estado del momento” y nuestros propósitos a mediano y largo plazo.