Artículo: Jugar para desplegar la vida. Una mirada somática.

por Maria Noel Llanes

11 de Abril de 2020

 

NOTICIAS VIEJAS PARA HISTORIAS NUEVAS

Hace unos años, me maravilló descubrir una información o diría mejor, me maravillaron dos partes, de esa información (sí, soy de maravillarme fácilmente ante la humanidad).

A mediados de los  ́90 se “descubrió” que los Mamíferos, teníamos un rasgo en el cuerpo, que resultó ser la base, para un sistema sumamente eficaz en la regulación de la ansiedad y no se trataba del, conocido, sistema reptileano con su respuesta extrema de

lucha o fuga… Hoy, incluso si no creyésemos en la evolución de las especies, vale la pena saber que en la inexorable renovación de la naturaleza, a los Mamíferos nos ha tocado una segunda rama del Nervio Vago[1], vinculada, específicamente, a la supervivencia en Grupo.

En aquel entonces, bien sabíamos que cuando la tensión interna se hace insoportable, nuestro cuerpo reacciona con su batería de gala, lucha, escapa o se inmoviliza; el sistema más primitivo es infalible, los reptiles fueron los primeros en probarlo y nosotros, felizmente, todavía lo tenemos activo. Lo novedoso fue apreciar que antes de reaccionar con esa respuesta irracional; antes de retirar el freno y dejar que se active por defecto la reacción de alerta máxima, nuestro cuerpo siempre intentará otra salida. Se pone en guardia, tensa la espalda, levanta la cabeza, dirige los oídos y la mirada a su alrededor; sondea el lugar y semblantea a los demás. Durante esos instantes la reciprocidad gestual con los otros es poderosa! La expresión de alguien se basta para afectar el funcionamiento de la respiración y el corazón de manera inmediata. Si se encuentra una mirada y modulación de la voz concordantes en un gesto confiable, el aire vuelve a los pulmones profundamente y en un sentido estrictamente sensorial, en primera instancia, uno confía en lo que el otro confía, tolera lo que el otro tolera, se calma y abre una ventana,  imprescindible para volver a pensar.

Entre, ambos equipamientos del cuerpo para encontrar alivio, este último (Sistema de involucramiento social) sabe hacerlo sin bloquear el razonamiento; es el que permite desarrollar un plan, una estrategia, una colaboración, la postergación voluntaria de nuestras necesidades e ingresar al otro en la escena de nuestras vidas. En aquel entonces, una forma del cuerpo nos vino a recordar el potencial que tenemos accesible, como especie, para aliviarnos en Grupo.

 

 

ATRAPADAS, ESCONDIDAS, SALTOS Y CAÍDAS

El otro aspecto de aquella noticia que disparó mi curiosidad tiene que ver con el juego. Con aquella información resultaba ser que los mamíferos jugamos (todos) a lo mismo: jugamos, a aumentar y resolver la ansiedad. Y si conseguimos tolerar la tensión sin movernos con la vehemencia de un enfrentamiento real, es en primera instancia, porque la tensión no ha llegado a extremos insostenibles y para  eso, juegan un rol fundamental las señales de calma previas, que recibimos y emitimos, cuando estamos con otros.

Cachorros y crías se corretean, “ferozmente” se atrapan, esconden, se amenazan pero, al mismo tiempo se protegen orientándose con las modulaciones de la cara y de la voz, para indicar que la intencionalidad de los movimientos no es peligrosa ni dañina; si no recibieran esa confirmación, se dispararía una reacción de defensa real. Pequeñas escenas de vida o muerte, comienzan y cierran por una y otra vez a la interna del cuerpo y en orden de prioridad vital resultó ser que, para eso, jugamos los mamíferos, por y para el Sistema de Conexión o involucramiento Social, para que nos proteja y para desarrollarlo.

Tuve que recomponer lo que conocía. En el universo de mis conocimientos previos jugar tenía varios sentidos y ninguno de ellos ha perdido vigencia pero,  la mirada etológica empezó a  complementarlos; correr y retornar, antes que indicar algo sobre nuestra maravillosa inteligencia y madurez emocional; en orden de jerarquía y a diferencia de “simplemente correr”, correr y retornar era la práctica más llana, de una dinámica vital fundada en la necesidad del otro (lo Social).

El juego nos vino a recordar también que necesitamos un desenvolvimiento gradual entre, la energía más alta y la más baja y ese descenso requiere un transito por ciertas fases[2]. En la naturaleza se puede ver cómo acontece la  transformación desde una energía intensa hasta el reposo, durante el juego de cachorros; uno  puede, incluso, reconocerse en la fase expectante y tensa, previa a la acción: la mirada y oídos atentos, el lomo erizado y una insostenible tensión acumulada que da potencia a la carrera cuando arranca; corren,  corren y no está claro para dónde, o para qué corren; se tropiezan, se amenazan, uno zigzaguea, otro rueda y aquello, parece nada, parece no tener un destino “claro” ni un denominador común; sin embargo, ese movimiento amplio empieza a descomprimir y la tensión sube y baja mientras se mueven hasta que, en algún momento sube y baja por la pirueta que haga cada uno pero, también, empezará a reaccionar ante lo que pasa afuera de sí mismos porque la expresión de los otros alivia y es cautivante; entonces, estaremos ya en otra fase; uno acelera, otro le salta; uno pausa, otro le amaga; uno se acerca, otro se pone en guardia; es un baile, algo “entre” ellos y la movilidad empieza a sentirse secundaria y lo que se disfruta parecen ser los jugadores porque esa sincronía que va surgiendo entre uno y otro los completa y satisface. Entonces, la energía adentro se transforma, se aplaca y da gusto parar y escuchar los cambios internos, la inercia de la carrera, el cuerpo entero metabolizando, recordando, asociando. Esa forma del descenso es clave para que acontezca una conexión positiva entre, lo que se recuerda y, lo que se vislumbra, el insight. Una especie de letargo, un no querer, ni precisar nada, con la mirada más perdida, un ensimismamiento transitorio imprescindible a la experiencia, un desgano, temporal y necesario. Pasado un tiempo, las movilidad regresará por sí misma y cada ciclo será distinto. A nosotros nos pasa lo mismo, nos pasa, de niños y de adultos;  nos pasa cuando jugamos y cuando hacemos todo lo que hacemos. Por mínimas o breves que nos parezcan estas oportunidades, de aproximación a la ansiedad y alivio, por cada una de estas rondas de reorganización completa, nuestro cuerpo habrá ganado flexibilidad para atravesar los siguientes eventos. Entonces, la energía vital que incesantemente sube y baja, en algún momento vuelve a pujar y habrá movilidad, sí, claro, pero, estará encontrando un recorrido nuevo para transformarse en una movilidad cada vez menos reactiva, menos evasiva; y más direccionada, en cambio, por todas las formas vivificantes de la ansiedad que nos mantiene vitales, curiosos e inspirados.

[1] Teoría Polivagal: Stephen Porges.

[2]  Sintonizando Com Crianças: Ale Duarte.

 

 

UNA MAÑANA COMO CUALQUIERA

Hay gente que se inscribe a la Piscina para aprender a nadar pero, en mi caso fue para librarme de una vez por todas, de la ansiedad que me invade cuando sumerjo la cara.

Expliqué a la profesora, que me apasiona practicar Stand Up Paddle (SUP) he remado sin caer al agua por inviernos y veranos; busco el chaleco salvavidas y me voy, a recorrer el lago remando de pie sobre una tabla inestable; adoro transitarlo sin apuro, en silencio pero, sí, por otro lado, no consigo sumergirme! Tan absurdo como eso, tan desparejas y contradictorias, podían resultar las habilidades del cuerpo?

La profesora me indicó cómo llegar al medio de la piscina sujetando un flotador en las manos, repetí mentalmente el objetivo y comencé; bastante antes de la mitad, sumergí la cara y colapsé; de un segundo al otro me sentí de plomo, tragué agua, tosí, aspiré, tosí, me asusté; por un instante pensé  —No encuentro oxígeno, “esto” es ahogarse! ¿Cuál será, el momento apropiado para gritar? No me salió el grito. No miré a los costados. Dejé de escuchar las voces del grupo de hidrogimnasia con el mismísimo Marc Anthony avivándolos a puro canto y sin darme cuenta, en un segundo, mi cuerpo me sacó de ahí.

Aparecí afuera, sentada, chorreando agua en el borde del gigante acuoso y celeste, que me había querido tragar. Los que hayan intentado salir de la piscina desde la zona donde no hacen pie, sin ayuda y sin escalera, se pueden hacer una idea de la potencia que propulsó aquel salto durante una, incontenible, reacción de Huída.

La profesora (la primera) parecía entenderme, —Son cosas que pasan, explicó, de a poco te vas a acostumbrar, tenés que vencer, al miedo. Una mujer de mi edad me calmó con su experiencia, ella llevaba tres años intentando aquel ejercicio con flotador. No hay apuro, era el mensaje, no hay apuro, me repetí. Ahí estaba Yo, insistente en el agua y repitiendo mentalmente que en ese entorno no tenía peligro de ahogo pero, ahí estaba también Yo, temblando las caderas y la mandíbula sin entender que para mi cuerpo, ese día, esa experiencia puntualmente, eso, que le estaba pasando, todavía no se sentía seguro. Insistir, forzar, razonarlo, no me conduciría hacia el aprendizaje y mucho menos al disfrute. Ni por un momento, se me ocurrió cuestionar qué otra cosa podría hacer o qué sería lo que estaba aprendiendo, además de ignorar al cuerpo y ensordecerme ante sus advertencias. Luego entendí, sería otro el recorrido que debería estar realizando para desactivar aquel nivel de alerta, que desató las reacciones más extremas. Me sentí extenuada pero, resistí; una vez afuera, continuaba aturdida y no lograba pensar con claridad pero, para mi sorpresa, no perdí la voluntad de intentarlo. Una ventana de curiosidad para con la natación se mantenía abierta por primera vez en mi vida y yo, todavía, la quería disfrutar.  Regresé otro día. La piscina estaba en silencio y había otra profesora.

La profesora (la segunda) escuchó mi motivo para nadar y antes de terminar la descripción de la apnea, que me limita desde que tengo memoria, ella, con el conocimiento exacto de quien lo ha padecido, expuso su estrategia de trabajo (idéntica a la que formuló la primera, “avanzar paso a paso y dar tiempo al proceso”). Pues, bien. Comenzamos.

Caminamos en el agua, conversamos y caminamos… —¿Hasta dónde vamos? Tuve necesidad de saber. —Hasta que sea suficiente para vos. Cuando sentí que se me apretó el pecho no se lo dije porque era ahí nomás, antes de sumergir los hombros; ella notó mi crispación civilizada, me propuso detenernos y retroceder. —Hasta, dónde?; —Hasta que se sienta bien, hasta donde sea necesario para vos (hasta, que consiga respirar, pensé). Unos pasos atrás, noté que regresaba el alivio, ni sé cómo pero, ocurría. Era alivio y eso nadie te lo enseña, se siente. A los minutos, ocurrió otro suspiro, vamos bien, pensé sorprendida. Todo se acomodaba mejor, los brazos livianos, el aire entraba, las piernas se dejaban conducir, nada dolía y nada cansaba; la respiración marcaba sus fronteras y el resto del cuerpo acompañaba; todo parecía resolverse por sí mismo, se regulaba; pero, que se entienda, se regulaba no con las reglas de educación y aprendizaje que yo conocía sino, con las reglas del propio cuerpo buscando respirar, palpitar y digerir, para no interrumpir su función primordial: la supervivencia. A continuación del alivio resurgía mi curiosidad para probar algo nuevo, en esta clase me puedo quedar, resolví. Extrañamente, nunca pensé que en la otra no pudiese hacerlo, fue una clase normal pero, sí me preguntan: en esta yo quería seguir y el cuerpo pedía más; y paulatinamente, una mezcla de movimientos reflejos y movilidad voluntaria me vivificaba.

Paso a Paso, me había anticipado la profesora cuando empezamos y para mi sorpresa, cada paso era 12 veces más pequeño, que aquellos otros que estuve dando en la clase anterior e incluso así, el tiempo de la preparación parecía llevarse todo mi esfuerzo. Ella proponía el ejercicio y yo empezaba a armarlo confiada pero, de repente, ahí nomás retrocedía, respiraba, daba un rodeo, regresaba; me temblaban las piernas, me alejaba, volvía; me estallaba el corazón, me alejaba; cada retorno era más cercano pero, llevaba muchos ensayos. Precisé muchos ensayos porque de un segundo para el otro, las tensiones adentro se acentuaban y ni siquiera me daba cuenta por qué había ocurrido y si lo pensaba era peor, era un lío. Aquello era tomar conciencia de la disposición previa a cualquier cambio, pensé; lo mismo que ayudan a identificar quienes promueven modelos de autorregulación somática[1], la construcción integral del “pronto, listo…”, tan frecuentemente omitida, en el instante previo a la acción. Ahí estaba yo, aprendiendo a nadar con alguien que conducía aquello, con un ritmo diferente y con resultados diferentes. Llevamos cinco clases y el placer que me produce la zambullida desde el cubo, le gana (por ahora) a todo lo previo!

Ocurrió en un rinconcito de mi ciudad, en un club de mi barrio, una profesora entre otras, una mañana cualquiera; esas cosas pasan, la vorágine de la ciudad esconde mucha gente que lleva adelante su oficio alentándonos a reconocer la seguridad “con el cuerpo”, antes de empezar a actuar; ayudándonos a aprender, sin resignar el contacto con nosotros mismos.

[1] Sintonizando Com Crianças Ale Duarte

 

 

UNA, QUE SEPAMOS TODOS

Esperá, esperá no te apures, no corras; no corras. Le suplica el hombre, a una criaturita que, ni siquiera lo escucha desde que pisó la Plaza y atraviesa, intrépido, por la multitud de personas. Cómo no entenderlo! ¿Quién no ha sentido la tensión de presenciar el movimiento imparable en otro?.
Y, por otra parte, quién de nosotros no recuerda su contra cara, la potencia acumulada que te impulsa a moverte hasta que se te antoje, esquivar, zafar, amagar hasta llegar invictos al alivio. Quién no ha buscado esa felicidad que produce el alivio de las tensiones del cuerpo. Alivio, sí. Tangible y concreto, cómo si movieras un tobillo ahora, mientras lees esto y cuando empezás a moverlo, otras partes del cuerpo, las articulaciones chicas, los dedos, el cuello, se pasan el dato y terminan en unos pocos segundos pidiendo lo mismo: moverse por moverse, moverse porque sí.
Estamos hoy en un escalón menos transitado de nosotros mismos, desafiados a encontrar el alivio del cuerpo (que permite pensar y socializar) en territorios más limitados. Recordando a diario que los márgenes de tolerancia son los de cada quien y los de cada día. Has visto un barco? Un barco, sí, ese, el que se te ocurra; esto mismo ocurre con el cuerpo; cada quien a cada instante tiene una realidad atendible adentro, no necesariamente coincide con otros, y no necesariamente logramos siquiera describirla pero, mientras alguno recordó un barco pequeño en la línea del horizonte, a mi se me vino a la mente una mole de la altura de los edificios, desplazándose lento, cual animal prehistórico que cruzara la calle ahí nomás, a dos cuadras, mientras espero el bus en mi parada de Buenos Aires y Colón. Ya sabemos, que los límites de nuestra tolerancia no tienen por qué coincidir por tener una edad, o por estar en el mismo lugar o pertenecer a la misma familia; ni se apaciguan cuando los razonamos (generalmente ocurre todo lo contrario). Pero, a pesar de tanta diferencia todos somos  receptivos a ciertos alivios sensoriales. ¿Alguna vez, sentiste que respirabas mejor al apagarse el ronroneo de un motor en la habitación?
A cualquier hora, en cualquier lugar que estés, aunque no entendamos el desencadenante, (y, créanme, no es necesario entenderlo) cuando tu cuerpo se hace sentir incómodo pide una tregua, una pausa, te avisa; aunque lo que uno se fija primero es en lo que perdió, uno lo que siente in/Comodidad y se empaca porfiando para recuperarla por los mismos recorridos que sirvieron antes. La parte beneficiosa de notar una incomodidad, es que durante esos instantes es precisamente, cuando puede ayudar nuestro Sistema de conexión social[1] con respuestas que no piden de nosotros ningún esfuerzo para entender la cadena de acontecimientos; simplemente, reaccionan, y alivian directo. Directo, sí, como aliviar el cuerpo mirando a los costados, por una y otra vez, con lentitud y curiosidad.
Poderosos e insignificantes alivios cotidianos, reorganizaciones del sistema nerviosos que bien conoce nuestro cuerpo, ya están en nosotros sin que nadie se los enseñe, ayudándose con lo acústico y lo visual para volver a pensar con claridad. Cuando retiramos los lentes para escuchar algo que nos preocupa. Cuando nos refugiamos en el baño, la habitación menos ruidosa, para pensar. Al pausar los pensamientos sobre un tema difícil e intercalar una tarea manual, sencilla, lo que sea que hagamos, hasta completarla con un resultado satisfactorio para salir de la porfiadez mental por un tiempo y dar movilidad a las articulaciones, todas, las más amplias y las chiquitas, cuantas más articulaciones despabilen, mejor.
Ninguna de estas ocurrencias cambia (todavía) la situación de fondo pero, esas pequeñas reorganizaciones del sistema nerviosos ya están haciendo red para que se manifiesten nuestra disponibilidad vincular y creatividad.

[1] Teoría Polivagal: Stephen Porges.

 

 

 

A tener en consideración cuando juguemos sobre una base de energía elevada y/o contenida.

 

Los cachorros de mamífero juegan por/para entrenar un sistema de resolución de tensión que los mantenga dentro del grupo que ayuda a su supervivencia.

Las tensiones del cuerpo (corazón, pulmones, intestino, músculos y articulaciones) buscan movilidad.

Cuando la tensión se vuelve intolerable, activa reacciones de máximo estrés (se saca fuerza desmedida o se cae en agotamiento mental y muscular repentino). Este sistema es eficaz para la supervivencia pero, in conducente para la vida entre otros, el aprendizaje, la comunicación y la creatividad.

El cuerpo humano sabe aliviarse y aliviar cuando estamos entre otros, siempre que no se transgreda el umbral de tolerancia mamífero (auditivo y visual).

Para que nuestra movilidad se mantenga integrada (compatible con la experiencia de descanso, reposición e integración mental), requiere un desenvolvimiento gradual, no repentino ni abrupto, entre las fases de alta energía y baja energía.

 

5 fases de movilidad autorregulada (Alé Duarte)

La experiencia del jugar ocurre, cada día y con cada interlocutor pero si piensas, que mi experiencia puede complementar la tuya; comunícate y veamos juntos, qué somos capaces de lograr…
Mantente comunicado.

María Noel Llanes Castro + 598 97 310 990 / llanesnoel@gmail.com

Psicomotricista. Profesora de Filosofía. Profesora Adscripta.

Completé mi formación como psicomotricista en UDELAR, investigando La Risa: el irrefrenable imperativo biológico por el cual se produce y su relación (en trípode) con otras dos expresiones Cólera y Llanto.

Actualmente, coordino el espacio JUEGO en centro Tiferet, Montevideo y brindo atención Psicomotriz, en centro CIREL, de la ciudad de Chuy, Rocha.

Integro la Red de difusión de un modelo naturista diseñado por Alexandre (Ale) Duarte, “Sintonizando Com Crianças”. Encuentro, que los principios de esa práctica dan continuidad a mis centros de interés, tanto en docencia, como psicomotricidad; se trata de una perspectiva que facilita la complementariedad de conocimientos y la creación de nuevos contextos, desde los cuales ampliar la reorganización interna y social.

* En 2016, en el marco de la formación, Sintonizando Com Crianças comenzó mi experiencia con la sintomatología  de estrés postraumático (TEPT) junto a un grupo de niños, afectados por el acontecimiento de un tornado, en la ciudad de Dolores, Uruguay.

* Profesora de Filosofía en Educación Media (I.P.A.) y Profesora Adscripta. Brindé formación de Psicomotricidad para estudiantes de Magisterio (IINN); y para docentes de Filosofía en I.P.E.S. “La incidencia de la expresividad no verbal dentro de la dinámica del Aprendizaje formal”.